jueves, 1 de enero de 2015

La soga de la horca (minirrelato)








Por fin ha explotado todo.
Espero satisfecha la soga de la horca.
 No estoy enajanada, ni lo estuve en aquél momento,  estaba serena, como una playa infinita en la que se conjuga toda la quietud del mundo.

No escuché sus palabras envenenadas, ni  miré esos ojos  llenos del desprecio que tan bien conocía. Sólo veía aquélla garganta escupidora de cieno que durante años me había ido cubriendo de una malla viscosa hasta convertirme en un ente  quieto, mudo, amorfo.

 

Sus venenos, escupidos  en forma de agujas habían suturado mis labios célula a célula, el hilo que arrastraban  fueron atando la lengua al paladar dejando apenas un espacio por el que penetraba un hilo de aire, insuficiente para mantenerme alerta. Pero fue tan poco a poco, tan sutilmente, que cada vez que penetraban aquéllas agujas en mi boca apenas si notaba una molestia pasajera.

 

Y casi no hubo gritos, quizá sólo algún sonido gutural intentando atrapar el aire que ocupaba la sangre a borbotones, la sangre y el aire creaban una especie de imagen volcánica en miniatura, que lanzaba fragmentos de tráquea y secreciones al aire, los ojos asombrados, buscaban con desesperación los míos, pero yo no estaba allí. Solo mi cuchillo.

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