jueves, 1 de enero de 2015

SONETO DEL SUICIDA



Se convierten sus dientes en gusanos,
sus dos ojos en una cuenca inerte,
y en un ardid urdido por la muerte
la sangre le resbala por las manos.

Hay un tirano oscuro que lo acosa,
que lo deja temblando en el vacío
colgado de abismo más sombrío,
enredado en la niebla más viscosa.

Su alarido es el grito de los mudos
que clausuran paisajes de desnudos
laberintos de angustia contenida.

Hay quien dice que fué solo un cobarde,
yo me callo. Quien sabe, si una tarde
tuviera que escribir mi despedida.

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