jueves, 1 de enero de 2015

A MI PADRE

Fue un hombre luminoso mordido en lo mas hondo,
donde la luz se gesta, donde nace la esencia
del fragmento divino que graba en el trasfondo
del hombre su conciencia.

Siempre me lanzó al cieno cordones umbilicales
rescatándome a tiempo de su fondo homicida,
en su aroma, en su hueco de abrazos paternales
tenia mi guarida,

me miró desde niña con sus ojos profundos
llegando a lo mas hondo de toda mi estructura,
su cuello poderoso, certeza de mi mundo,
mantuvo mi cordura.

Fué mi arbol de la guarda, mi dulce compañía,
abrigo al que acudía con mi dolor a cuestas,
me acunaba en sus brazos con la melancolía
de quien no halla respuestas.

En un tácito acuerdo de contención, vivimos
micromundos plagados de perversos rincones,
un goteo incesante de barro en el que fuimos
acuñando perdones.

Yo huí, como quien huye de una carcel de cieno,
él se quedó en su puesto, como fiel centinela,
su barba se hizo cana, y mi vida echó el freno,
con el amor intacto regresé, con cautela,

y lo encontré sentado en su sillón eterno
con su voz de tormenta mucho mas apagada,
escribía la letra de un tango en su cuaderno.
Su feroz adversario ganó por goleada.

Y se murió una noche, -y no estaba a su lado-,
y mientras voy muriendo (a ratos...a su sombra…)
su ausencia es como un hueco en mi boca atrapado
que en silencio lo nombra.

Me quedan sus cenizas en una estantería,
su voz en mi cerebro, y su humor, y su llanto,
su pasión por el mar, y por la poesía
lo quise tanto, tanto…

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